Pese a que su nombre estará siempre ligado al de su novela más conocida, Frankenstein (1818), Mary Shelley fue también autora de excelentes relatos, como las tres historias que se incluyen en este volumen, publicado por la editorial Páginas de Espuma.
Después de muchos años he podido disfrutar, por segunda vez, esta magnífica película. Me era imposible recordar su título, y la vaga imagen que tenía del actor principal tampoco me permitía ponerle nombre y apellidos, y así, identificar aquella historia épica y romántica donde el señor del castillo debía proteger a los suyos de un terrible asedio, formaba parte de mi lista de imposibles. Gracias a las indicaciones de uno de los amigos de esta web (Mirliton), no solo ya la he identificado: El Señor de la Guerra (1965), sino que ya la he visto, y ha sido como quitarme una espina clavada. El hecho de traer a colación este título era casi una obligación para mí, y es que después de haber visto hace unos días Templario, 2011, quería hacer lo propio con el clásico del que ahora hablamos, y así compararlos. Por todo lo que voy a decir a continuación, casi mejor voy abriendo paraguas, porque algunas cosas puede que sean bastante discutibles, pero es lo que pienso, ni más ni menos.
La estrategia del asedio, tanto desde el punto de vista del que ataca como el que defiende, es uno de los temas más apasionantes dentro de la historia militar. A mí personalmente lo que más me gusta es todo lo relacionado con las técnicas e infraestructuras propias de la defensa. Esto no quiere decir que prefiera defender en vez de atacar, pero de alguna forma que no logro comprender, en muchas ocasiones he tirado un par de líneas sobre una hoja cuadriculada tratando de diseñar algún que otro boceto de cómo debería ser la fortaleza perfecta, con sus fosos, sus bastiones, y demás elementos característicos. Incluso he pasado mis horas con videojuegos de este tipo, por ejemplo la saga Stronghold, de Firefly Studios.
Durante estos días de verano apenas le dedico tiempo a mis labores web, lo reconozco, pero aun así, de vez en cuando activo el radar y si me encuentro con alguna que otra cosilla interesante, pues no puedo dejar de comentarla, como es el caso. Si te gustan las recopilaciones de relatos, aquí tienes una propuesta interesante. Lord Dunsany, es decir… Edward John Moreton Drax Plunkett, XVIII Barón de Dunsany (Londres, 1878-Dublín, 1957) —dramaturgo y novelista anglo-irlandés y conocido sobre todo por sus cuentos maravillosos—, está considerado como uno de los pioneros de la literatura fantástica.
Bueno..., tampoco se trata de fundamentar discusiones en torno a las teorías russonianas y otras filosofías gafapastas, sino más bien comentar una película ochentera bastante discreta, pero con un mensaje tan claro como inquietante: Impulso… ¡el título lo dice todo!
Tanto la literatura como el cine han reflejado de una forma u otra el caos de lo que entendemos como civilización una vez que las barreras éticas y morales se desploman. Los impulsos del ser humano primarios, Eros y Thanatos, como diría Freud, establecen una confrontación en el día a día, que, una vez el campo de juego se queda sin reglas, la fortaleza del segundo prevalecería sobre el primero (¿si, o no?).
Siempre me ha gustado la frase de Thomas Hobbes “El hombre es un lobo para el hombre” (Homo homini lupus), y además resulta bastante acertada. La trama de Impulso (1984) no es nueva, y en lo que a mí respecta, como escritor, al igual que muchos otros también he sucumbido a sus encantos.
Mi primera publicación, Polybius, la máquina del terror, nos presenta exactamente la misma historia de fondo: El impulso asesino y salvaje que todos llevamos dentro, nuestro lado oscuro. E incluso debo reconocer que varios pasajes muestran ciertas coincidencias con la película que ahora comentamos, al menos en lo que a la ambientación se refiere. Un ejemplo de ello es el momento en la cantina, el banco, la locura del sheriff, y alguno otro más, aunque el tratamiento sea completamente distinto. Si te gusta el uno, te gustará el otro.
Impulso (1984), es un film típico de serie B ochentera, de bajo presupuesto pero de altas pretensiones. Los primeros 45 minutos son muy lentos, pero eso no quiere decir que sean aburridos. Minuto a minuto, mientras se suceden una serie de extraños acontecimientos, percibirás como se masca la tragedia en un pequeño pueblecito americano. Si no has leído nada del argumento, es casi imposible que sepas por donde va a tirar la trama, tan solo eres consciente de que allí pasa algo; algo terrible, pero hasta bien adentrada la película no sabrás de qué se trata. Precisamente, cuando comienzan las primeras muertes, y cuando el ritmo se vuelve más ágil, es cuando decae un poco el interés, hasta llegar a la explicación final, tan simple como efectiva.
Aquí os dejo el apunte. Si eres aficionado a los cuentos, es posible que te interese la obra de William Goyen, "uno de los mejores cuentistas norteamericanos de todos los tiempos”, según la autorizada opinión de The New York Times. Y si lo lees, no olvides dejarnos tu opinión.
Por distintos motivos, todas y cada una de las ideas y proyectos editoriales que me rondan la cabeza de momento siguen sin ver la luz, y creo que ahí seguirán, en la oscuridad, al menos a corto plazo. Sin embargo, si bien lo de escribir nuevas historias es un tema que tengo algo parado, últimamente hay otro que no deja de aguijonearme con insistencia. Es un… ¡tienes que hacerlo! Y… ¿a qué me refiero? Pues a tomarme un poco en serio otro de mis anhelos, el de hacer películas. Dicho así, suena un poco idiota, pero todo es ponerse. ¿A ti también te gustaría hacer una película? Cuando escribo una novela, o un relato, o lo que sea, siempre que sea posible, lo hago desde un punto de vista completamente cinematográfico. Es decir, primero me imagino las distintas secuencias como si fuesen una película, y después las escribo. Lo suyo sería que me hubiese dedicado a escribir guiones de cine, pero eso es algo que no tengo ni idea de cómo se hace, y además, los pocos que he visto me parecen un galimatías bastante aburrido a la hora de plasmarlo en papel. No es un estilo que me acabe de convencer, aunque ése sea el fin que persigo.